Los símbolos integran las experiencias separadas de un vasto número de hombres. Llevan acontecimientos del reino de lo fortuito, lo extraordinario, lo único y lo incomprensible al reino de los “universales”. La secuencia lógica de símbolos que uno encuentra en todos los lenguajes, en todas las teorías científicas, en todas las formas de arte tradicional y en todos los rituales religiosos, crea, a partir de hechos aparentemente caóticos, impredecibles y carentes de sentido, patrones de orden y significado. Mil sucesos o situaciones personales llegan a verse como meras variaciones sobre un tema central. El símbolo nos representa este tema central significativo. Y el tema es parte de una secuencia coherente de incentivos similares, que adquieren propósito mediante su interrelación. Expresada a través de símbolos, la vida queda condensada en unas relativamente pocas unidades de experiencia interrelacionadas. Cada unidad es un concentrado de experiencias de millones de personas.
Hoy, nosotros, que hemos sido moldeados por la tradición occidental, pensamos por lo general, que para cada uno existe una infinita variedad de experiencias posibles. Lo que nosotros experimentamos es estrictamente nuestro, cada momento es nuevo, ningún acontecimiento se repite nunca. Sin embargo, si bien es cierto que la experiencia humana es ilimitada, la experiencia normal del hombre es finita en lo que se refiere al
número de tipos de experiencias características y significativas. Si un hombre pudiera moverse, indiferente a los obstáculos físicos, sobre la superficie del globo a lo largo del ecuador, podría caminar y caminar eternamente. Su movimiento sería “ilimitado”. Pero sus experiencias de condiciones y escenarios a lo largo de la ruta serían finitas. Después de haber realizado una vuelta completa alrededor del globo, empezaría a encontrar de nuevo los mismos rasgos geográficos. Sus experiencias básicamente se repetirían, aunque pudiese responder a ellas de un modo diferente a cada nuevo encuentro. Del mismo modo, las experiencias básicas de la vida del hombre constituyen una serie cerrada. Con “básicas” quiero decir típicas y características por debajo de variaciones superficiales. El mismo principio de una serie repetida de experiencias lo encontramos en relación al tiempo. El tiempo es cíclico. Todo lo que vive empieza, llega a un clímax y termina, pero solo para comenzar de nuevo. La ilustración universal de esto es el ciclo de las estaciones en climas templados. El que haya un ciclo anual de estaciones no significa, sin embargo, que podamos esperar una repetición exacta y literal de los mismos acontecimientos y hechos concretos cada año. Lo que se repiten son, para la planta viviente, incentivos básicos de crecimiento. Cada primavera, las semillas de trigo son nuevas semillas, el tiempo difiere algo, y otros factores pueden variar, pero el incentivo primaveral más importante y básico para las especies de trigo es que debe de haber germinación y crecimiento. Los hechos pueden variar, pero el significado permanece, año tras año. Estas secuencias cíclicas de la naturaleza siguen patrones lógicos a los que el ser humano ha tenido que adaptarse para sobrevivir,
desarrollando en su forma de pensamiento una estructura lógica análoga a lo aprendido de su entorno natural.
En otras palabras, la experiencia humana es esencialmente cíclica y se despliega de acuerdo con principios estructurales. Por variadas que las experiencias de los hombres puedan parecer, no se salen, sin embargo, de los límites de una serie de lo que se podría también llamar estructuras de significados “arquetípicos”, derivados de los mencionados patrones lógicos de los ciclos vitales.
Dicha serie tiene un carácter repetitivo en lo que a su estructura se refiere, constituye un todo de significados. Pero nunca repetiría bastante que “estructura” y “contenido” pertenecen, por decirlo así, a dos reinos diferentes, pese a que ambos reinos se interpenetran a cada punto como dos realidades yuxtapuestas.
Ciertamente, el conjunto de la astrología descansa filosóficamente sobre la idea básica de que es posible referir todas las funciones esenciales implicadas en la existencia de un campo de actividad organizado, y sobre todo de un organismo viviente, a diez variables representadas por los diez “planetas” de la astrología moderna (incluyendo el sol y la luna). La astrología afirma también que las doce Casas constituyen clases arquetípicas de experiencias necesarias para el desarrollo de una persona individual madura, y que los doce signos del zodíaco se refieren a doce modos básicos de “energía”, o cualidades de ser arquetípicas, que esencialmente colorean cualquier actividad funcional (p. ej., planeta) operando en sus campos. En estos y otros ejemplos relacionados, la idea básica es siempre que estamos viviendo en un universo ordenado y estructurado que constituye un todo “ciclo-cósmico”, el cual es finito. Todos los campos estructurados de actividad son finitos, pero los acontecimientos existenciales y las posibilidades de interrelaciones son indefinidas – ¡ lo que no significa que sean infinitas! –
Esta es la base lógica y filosófica para el uso de series cíclicas de símbolos como el Zodiaco, el I Ching y la serie Sabiana.
Hemos estado más o menos acostumbrados a la idea de que las actividades internas de cualquier organismo son limitadas y periódicas. Hablamos del Ciclo del metabolismo alimenticio, de la circulación de la sangre y, en un sentido más amplio, del ciclo de actividad de las glándulas endocrinas a lo largo de un ciclo completo de vida, desde el nacimiento hasta la muerte. Pero, por lo general, no estamos dispuestos a asumir que las experiencias de la persona como un todo son también limitadas y periódicas o, para ponerlo de otro modo, admitir que solamente hay un cierto número de significados básicos, que el hombre reúne a lo largo de su vida, y que estos significados pueden ser vistos en términos de secuencia estructural y cíclica.
No obstante, esto no significa que una persona no pueda experimentar una gran variedad de acontecimientos. Puede tener muchos pensamientos y experiencias. Pero, una cosa es experimentar acontecimientos y otra es extraer de ellos significados vitales y creativos. Lo que cuenta, espiritualmente hablando, es la cosecha de significados que una persona es capaz de recoger de estas muchas y variadas experiencias. Por esta razón, una vida rebosante de acontecimientos no es necesariamente la más rica en significados.