Probablemente no ha habido ningún otro momento en la historia de la civilización humana en que se haya hecho tanto uso del símbolo de la palabra y se le haya dado tantos y tan variados significados como hoy día. Algunos filósofos y psicólogos han inventado nuevas palabras en un intento de hacer más precisos estos significados. Las palabras “símbolo” y “signo” han sido diferenciadas, y la distinción es útil siempre que no se establezca ningún límite estricto entre los dos grupos de significado. Un signo es una indicación con un significado fijo e inequívoco deliberadamente designado, pactado o acordado para que revele en ciertas condiciones o circunstancias que es de esperar en un determinado lugar o momento con un mensaje preciso y exacto. Por ejemplo, las señales de la carretera anuncian al automovilista que hay una curva o un cruce delante, o que ciertas carreteras conducen a tales lugares concretos. Un signo, si es preciso y exacto, es estrictamente objetivo. Es un medio convencional y socialmente comprensible de presentar un mensaje.
En el lenguaje utilizamos las letras como signos fonéticos para construir palabras, las cuales conjugan y articulan el lenguaje. Los símbolos a diferencia de los signos hacen referencia a campos de significación más amplios, por ejemplo todas las palabras son símbolos, ya que estas aglutinan un campo de significado más amplio y ambiguo dado a interpretación según el contexto. Tanto los signos como los símbolos responden a la básica necesidad humana de comunicación. Un lenguaje desarrollado es una colección de símbolos en forma de palabras que por convención cultural pueden describir y/o representar auditiva y gráficamente entidades reales, y transcendiendo a estas expresar el carácter de la relación entre entidades, como la cualidad de una actividad expresada en la dimensión temporal de pasado, presente o futuro.
El álgebra es también un lenguaje simbólico que responde a la necesidad de precisar afirmaciones universales de relaciones en el orden natural de las cosas, sus fórmulas no son en realidad más que meras afirmaciones de hechos concretos y observables que responden a patrones lógicos, repetitivos y replicables. Esto implica la posibilidad de la existencia de un orden universal y la creencia en leyes permanentes de la naturaleza y en “constantes” que nos permiten predecir acontecimientos. Gracias a este hecho el hombre ha llegado hoy día a dominar las leyes de la materia inorgánica y la biología, base del sustento para la vida humana. Antiguamente se albergaba la creencia de que hombres con el dominio del lenguaje y el conocimiento podrían adquirir poder y convertirse en magos demiurgos o individuos con poderes sobrenaturales. Pero hoy día ya lejos de supersticiones relacionadas con el poder del conocimiento sabemos que el conocimiento se sustenta y se transmite por el lenguaje y el lenguaje es una herramienta de comunicación colectiva hecha, por definición, para compartir, es decir que todo lo relacionado con el conocimiento tiene un carácter colectivo y la riqueza que este aporta al facilitar el acceso a los recursos necesarios para mejorar las condiciones de vida es de carácter colectivo. Un individuo solo y aislado tipo, Robinson Crusoe, no necesita del saber cultural colectivo, aunque pueda serle útil.
Todas las culturas dependen del uso de símbolos que son aceptados más o menos conscientemente por el total de la comunidad. Las instituciones culturales y las artes y ciencias de una comunidad plenamente desarrollada, bien sea “primitiva” o moderna, constituyen organizaciones de símbolos esencialmente complejas y sistematizadas que estructuran el comportamiento, el sentir y pensar básicos de los seres humanos pertenecientes a esta cultura. A medida que la cultura se desarrolla, madura y decae, lo mismo hacen los símbolos.